Un servicio excelente
Es bastante común para los ciudadanos de Buenos Aires, más específicamente para los usuarios de subtes y trenes urbanos, encontrarse con los servicios interrumpidos a causa de algún suicida. A las demoras e incomodidades que ello ocasiona para los primeros, se puede contrarrestar –desde el punto de vista del segundo- con la comodidad práctica que implica disponer de varias vías férreas transitadas, si se quiere asegurar el auto-paso a mejor vida.
Por lo demás, la ciudad no tarda nada en deglutir el evento y la vida continúa. Es decir, se repite…
Esperando en la estación de Villa Luro, la formación del ex ferrocarril Sarmiento que llega hasta el barrio de Once, y después de un rato de ausencia de trenes en esa dirección, se escucha el anuncio por los parlantes de la “circulación con demora debido a un accidente en Castelar”. Del siguiente tren que se detiene, en dirección contraria, baja un guarda que nos anuncia a los párvulos que ya llevamos esperando más de veinte minutos, que “hasta dentro de media hora, no va a pasar ninguna formación hacia Once”.
Algunos disponen de la resignación y el tiempo suficientes para continuar la espera, otros salimos en estampida buscando el bondi que nos lleve al laburo. Se escucha una puteada puntual:
“- ¡Qué servicio de mierda!”,
Un botón que viene con el guarda defiende:
“- El servicio está perfecto señor, el problema es la gente que se suicida”.
Entre los que vamos buscando la salida del andén alguno le retruca:
“- …Por ahí se suicida por el servicio de mierda…” y no falta quién lo festeje. El botón sigue corporativo y solemne:
“- El servicio es excelente, y no tiene nada que ver con la gente que se mata por los problemas de la vida”
Frase esta, que me lleva a evocar a...
El Negro César en el D. F.
Los problemas que tenía el Negro César cuando llegó desde la cordobesa Río Cuarto, a vivir amontonado en un vagón del ferrocarril Belgrano, en la capital porteña, me los refirió una noche en el bar “Otoño”, frente a los mejores chilaquiles de la Colonia Del Valle, en el Distrito Federal de México.
“- El único amigo que tenía en la capital -dice- me había dado un trabajo en su comercio, y me las había venido aguantando como podía. Pero un día me sentí hasta las bolas, harto, podrido de perseguir sueños inalcanzables sobre una especie de fondo de bandoneón lloroso y mugriento”.
Frustrado, se vio a sí mismo como esos perros del pueblo que corrían ladrándole a las gomas de los autos; y le dieron unas locas ganas de parar, de no escuchar más ladridos, de que las ruedas terminaran con todo…
Así que una noche -dice que le dijo a su amigo y patrón- “Esta noche listo… me limpio. Ya lo pensé bien y no quiero más…”
El otro, después de mirarlo un largo rato en silencio, le dice que está bien, que es su vida y su muerte, pero que no vaya a elegir para matarse su negocio, que lo comprometería y que además la alfombra es nueva…
“- Me fui odiándolo y puteando la alfombra, ¡por Dios! Cómo putee esa alfombra… Pero al otro día estaba vivo, y al otro y al que siguió… Es así flaco, uno nunca deja de ser un boludo pero a veces es corregible ¿no? Sobre todo en Argentina donde cada boludo tiene a la mano gozar de ese particular sentimiento llamado amistad…”
Es verdad, tiene razón el Negro César con eso de la amistad, aunque no siempre es necesario –a Dios gracias- el uso de la sicología inversa. Hay veces en que sólo sirve la acción física e inmediata, como le pasó una vez a...
El Piringuito, de Villa Atuel
El amigo lo encontró colgado en el bosquecito de Eucaliptos, que está yendo para los médanos. Estaba a las patadas en el aire y el tipo saltó de la bicicleta para impedir el suicidio:
“- Pero que hacés animal. ¡Dejate de joder, carajo!” - el agitado reproche.
A lo que el sorprendido “in fraganti” responde:
“-…No quiero más hermano, esta vida es una mierda…” y frases por el estilo mezcladas con llantos y quejidos.
En eso el amigo, que lo tiene abrazado de los muslos para soliviar el peso a la soga, nota que la misma rodea la cintura del Piringuito. Lo suelta, se ríe, lo putea…
“-¡Que te parió! Si te querés ahorcar ¡Pelotudo! la soga va en el cuello… ¡No como cinturón!”
Y el Piringuito, con la mano en la garganta, le contesta:
“- Es que del cuello, me ahogo…”