jueves, 16 de diciembre de 2010

Picado en BERMEJO

El Negro se quitó unas gafas negras -de mafioso- y me miró desde unos ojos rojos y estrellados.
-¿Qué te pasó?
-Estuve soldando ayer al rayo del sol y no me di cuenta que miraba más por fuera que con la máscara… que se yo... Así que pueden considerarme una baja, pero traje al Hormiga…
-El Hormiga ya estaba contado, veremos cuantos vienen… ¿Y el Flecha?
-Le avisé. Por ahí viene con algún otro. No te preocupés, si falta alguno elegimos uno del público… y si tiene remera celeste mucho mejor…
-¿Por qué?
-Para decirle “Celeste” cuando le pidas la pelota
-Hay que ser boludo
-¡Ah! Si lo dice Dolina está bien, si lo digo yo…
-No, soldar sin la máscara digo
-Ah, y… te encandilás y no te das cuenta… después se te llenan los ojos de arena...
-Si, a Borges le pasó con un libro. - aportó el Hormiga citando secamente un viejo chascarrillo segoviense
-Y a Cacho Castaña la garganta ¿O era al Polaco? - replicó el Negro, aparentemente concentrado bajo sus gafas y girando la cabeza hacia la voz del Hormiga con la nariz apuntando para arriba, comenzando lo que me pareció una imitación a Stevie Wonder.

Algunos de los que habían venido conmigo escucharon atentamente el diálogo… El Negro después declararía entre languidecientes cervezas y el mosquerío de las mesas forradas en  fórmica que ese fue el primer gesto de su estrategia para semblantear a los oponentes y el primer indicio de su segura derrota...
Me había tocado organizar un picado entre los del centro y los de Colonia Segovia, el lugar elegido quedaba más o menos equidistante, una cancha mediana –digamos de futbol 9- en Bermejo, donde cobraban un fijo por el alquiler del campo de juego y un plus al que se quedaba a comer. Conchabé por un lado a mis compañeros de futbol de los miércoles- que tenían que traer un par de invitados- y por otro al Negro que armaría el conjunto de la Colonia… la joda era llegar a 16 o 18 jugadores, para no tener que improvisar atravesando la cancha y renunciar a los arcos reglamentarios…

-¿Es un equipo armado el que viene? - siguió la charla el Hormiga mientras se disponía a ponerse doble par de medias.
-No bolas  ¿qué armado?  es un rejunte. Y de los que conozco están el Yampol, el Gordo Pinto y el Fernando que es el que reclutó al resto… un cuñado, un vecino… veremos
-Digo para programarme, mentalizarme ¿Me entiende Panconi?
Lo miré nomás… le había empezado a copiar cierto estilo, entre solemne y chacotero, al Negro desde que éste casi lo adoptó como asistente sonidista primero y después para todas las tareas y o actividades que se le ocurrieran o le surgieran. Siguió…
-Si es una cosa informal bueno, media máquina y está bien… ahora si es un desafío entonces hay que graduarse más exigencia, para no dejar mal el nombre de la Colonia ¿no?
-Mirá, lo único que me preocupa es que seamos 15 por lo menos, porque si no el picado va a ser un desastre y la cancha nos va a costar un huevo… Del centro venimos nueve, tal cual lo pautado… Lo busqué al “ciego”:
-Negro ¿no que iban a sobrar jugadores tuyos?
-¡Pará, pará! –me sacó una excusa nueva- los de la Colonia jugamos a la tarde, cuando el músculo lo pide y lo disfruta… (Y seguía moviendo la cabeza hacia los costados como empujando las gafas, la nariz para arriba, la boca algo entreabierta después de largar cada frase).
-Solamente a un gringo se le ocurre jugar a las 10 de la mañana…
-Claro comamos el asado primero y después jugamos ¿ah?
-Es una opción, yo para el asado te junto unos cuantos más… si querés…
-¡Dale hijounagran!… Contemos a ver si largamos
-Somos, bah son… los muchachos... Mis muchachos son cinco, Panconi
-Y seguro que de celeste no hay nadie...
-No, pero ya hablamos con ese de naranja -y señalando al bulto gritó- ¿Agarra viaje Naranja?

Al resto del grupo se había incorporado el Flecha que trajo otro más. El de naranja se sumó cruzando el alambrado, y yo para equilibrar el número y siendo el conocido común de los dos grupos, me pasé de equipo cumpliendo también con mi responsabilidad de organizador…
-¡Che, Fer! Yo juego para la Colonia, somos ocho pa siete…
Antes de que el Fernando asintiera y para sorpresa y beneplácito de todos, el Negro, haciendo un último Stevie Wonder largó un triunfal:
-¡Ocho pa ocho! Voy al arco hasta que llegue alguno.
-Genial -dijo el Flecha- estamos como esa zamba: con un ciego al arco y otro al violín…
Lo miré al Hormiga y le dije:
-Subite el selector de exigencia
-Tranquilo Panconi, son pan comido…

Así jugamos… el flaco Martinetti, un faro desgarbado pero impasable por arriba, en la defensa con el “Naranja” que no era ningún negado; yo al medio, tratando de marcar y armar; el Hormiga, amontonando y desairando rivales como enganche y el Flecha, haciéndole honor a su apodo por las dos puntas… más el aporte de los otros convidados que, acostumbrados a participar del fulbito espontáneo, se expresaron lisa y llanamente en la simpleza del juego de conjunto, sin hablar, sin discutir, tirando cada tanto alguna individual pero cuidando el progreso asociado.

Al principio pareció parejo pero después del cuarto de hora, los del centro se comieron un baile que hasta les caldeó el ánimo… El Fernando trataba de alentar su equipo y uno de ellos, cansado por ahí de correr al pedo, dejó caer una frase que casi lo pudre todo:
- Dejá, Fer, dejá!!! Son negros, que querés!!!
Lo escuché… rogué que el resto no, o que se hicieran los desentendidos
-¿Pasa algo Panconi? - Me apuró el Flecha, como diciendo si acá comienza otro partido, lo empezamos ya mismo.
Yo lo miré al tipo de la frasesita, con una mezcla de bronca y pena… El Fer se hizo el boludo… desde atrás sonó una voz imperiosa:
-Abrite Panconi!… era el “ciego” que estaba al arco. Dándole continuidad al juego enderezó el entuerto y no pasó a mayores. Me la puso al pie sobre un costado al medio de la cancha, lo busqué al Flecha y este al Hormiga… fuimos tocando y regulando –sin sobrar. Hicimos un par de goles más, se cumplió el tiempo…

Los ganadores nos quedamos al asadito más Yampol y el Gordo que absorbieron con dignidad el gaste y ahí entre brindis, ponderaciones exageradas y cargadas a los ausentes, el Negro – con las gafas en la frente y los ojos en carne viva- desglosó una a una sus intervenciones: los rebotes involuntarios al principio, la referencia al tanteo de los palos, las gafas revolcadas en el porfiado polvo de Bermejo por un avance amenazante del rival, las arengas que tiró durante todo el partido -primero para calentar a los rivales y luego porque los había calentado- hasta dosificar cargándolos con clase en el epilogo del juego, amonestando artificialmente a los nuestros, como para demostrar que ganar nos significaba un esfuerzo…


En ese modo tan suyo, provocó el Negro la hilaridad de los presentes y fuimos construyendo entre todos la algarabía de una sobremesa dilatada. Seguramente, también sembramos ahí esta evocación mediata, aplazada hasta hoy en que me siento a escribirlo para homenajear y corresponder  la persona y el hecho, y estimar en su dimensión la vivencia que enseña lo que significa ponerse  en “cuerpo presente” cuando a los compañeros les falta uno.

Hugo Fernandez Panconi
15/12/10