sábado, 15 de octubre de 2011

Artistas y CAYADOS *

La expresión hace al artista. La posibilidad (también la garantía) de expresarse se procura afuera. Adentro bulle la cosa, bate el parche su múltiple tensión… Si la expresión no le vence o mata porque no puede salir, si se le deja brotar, en fin, hacerse, ser… entonces sintetiza. Es decir, expresa a otros… 
La voz cantante, la palabra que nutre el verso, el color del trazo… como el instrumento que tiene sus partes, su caja de resonancia y sus mecanismos, o como el pintor la tela y ésta su bastidor, así la expresión precisa de sus puntos de apoyo, de sus soportes… No hablando de los propios mecanismos psicológicos y los resguardos socio-ideológicos que cada ser humano detenta en mayor o menor medida, y donde se apoya la visión creadora de cada cual, sino en referencia a esos seres, que por su rol, temperamento y/o “estrella” les toca en suerte contener, soportar, apoyar y sostener al artista.
Los que están “al lado”, los cayados de la expresión…
De esto charlamos con la Pinty Saba en un café de Buenos Aires, después de diez años, en un reencuentro que releva recorridos y cambios y orfandades… Y a causa de la orfandad que ahora compartimos, es que ha surgido el tema y la imagen del bastón o del cayado…
Tal como me pierdo en un fárrago de palabras, conceptos y anécdotas cuando hablo de mi vieja, tratando de describirla a quien no la conoció, igualmente me resulta imposible sintetizar lo que implica su falta… La idea de un pastor (de coplas) sin cayado… con la tropilla (de versos) en franca desbandada me resulta acertada, es la figura que dice la Pinty: “Uno queda boyando, todo lo conmueve pero falta el sostén desde donde se ordenaba… se defendía”… Y me da unos cuantos ejemplos con nombre y apellido de artistas que se han sostenido en sus respectivos/as parejas u otros allegados… Yo también recuerdo seres admirados que se apuntalaban en sus abnegados afectos, que no sólo no pude admirar, sino tampoco apreciar con justicia.
El cayado no tiene descanso, no es la mítica figura de la musa, no está para inspirar. Está para resonar, para atender, para ocuparse de lo cotidiano, desde lo más elemental hasta vaya a saber que secreta combinación de gestos y rituales que de un modo absolutamente  íntimo y anónimo proveen oxigeno y carnadura a “la obra”, que de otro modo no sería tal. El mundo del arte en todas sus expresiones tiene una deuda poco (o nada) reconocida con estos seres sin los cuales el genio no se hubiese manifestado en su esplendor, y los diversos y relativos talentos tal vez no hubieran conseguido la oportunidad de manifestarse tal como los conocemos. Mientras la sensibilidad se nutre, la técnica se pule y consolida, la teoría se espesa… alguien lava la ropa, cambia pañales, busca alquileres; algunos van al banco, manejan el auto, sacan la basura, atienden el teléfono… Hacen lo que tiene que ser hecho para que lo anterior suceda… Y además, por ser lo que son –un afecto cercano- les cabe la responsabilidad de que el artista pueda, a pesar de sus “alas”, caminar en tierra y sobrevivir a su tiempo y su sociedad (evocando aquella comparación de Baudelaire entre el poeta y el Albatros).

Indistintamente destinados al olvido o a una relativa gloria compartida (según el momento de la muerte propia y de “su” artista), lo cierto es que no resultan visibles hasta que es indisimulable su existencia. Muchos terminan y terminarán como un palo abandonado, apoyado en un rincón oscuro; otros –los menos- devendrán albaceas de “la obra” como María Kodama que fue los ojos y la voz lectora de Borges durante tanto tiempo…
Y ya que digo Borges, en una reunión de amigos me convidan la siguiente anécdota (tal vez no es verídica, pero merece serlo): Borges está parado en la vereda, esperando la asistencia de alguien que lo ayude a cruzar la calle. Un codo y una voz lo tocan en el brazo: “¿Cruzamos?” Crucemos -contesta Borges- y a los dos o tres pasos se sorprende por la cantidad de bocinazos y chirridos de frenos… Rápidamente deduce que el que le tocó el brazo en la esquina es ciego también. Arriban tensos pero ilesos a la otra vereda, la voz le pregunta por el escándalo de los automóviles y él, comprensivo y contenedor, contesta con una evasiva para no inquietarlo aún más con el peligro que acaban de compartir involuntariamente…
Bue’… así se me hace que andamos los sensibles sin cayado, como atravesando el tránsito a ciegas, entre bocinazos y chirridos… No porque nos sobre algo como talento o algún don especial, sino porque nos faltan esas personas que posibilitaron el desarrollo sensible -en más de un caso como prolongación de su propia sensibilidad- y en las que nos acostumbramos a apoyarnos y resonar, a contenernos y madurar… 
Y sin las que cuesta tanto seguir andando, o cantando, o escribiendo algo tan sencillo como este saludo/homenaje a todas las madres del país, primer cayado de todos los argentinos y argentinas… 

* Un cayado es un bastón con el mango curvo utilizado tradicionalmente por los pastores