“Una hormiga pasa toda su vida cortando hojas que transporta a los túneles del hormiguero para mantener los hongos con que se alimentan las crías de la colonia. Hasta que un día siente el irrefrenable impulso de trepar a lo más alto de un árbol y, en la cumbre de una rama, se detiene agotada y muere de inanición. De su cuerpo inerte brota y florece el hongo cuya espora la condujo hasta allí.”
El poeta sabe qué es sentirse “hormiguito de desierto” . Seducido por la metáfora puede acabar muerto de analogía, pero se asume un predador al acecho de las vivencias de su entorno.
Se da a veces que se despierta más raro que de costumbre y consigue tronchar la dirección de sus pasos, que le mostraban siempre el mismo paisaje. Cierta incapacidad de versificar le ha trabado el cierre de la bragueta, pero sale igual, despeinado y con paso decidido. Elige el rumbo de una loma cálida o de una fría cumbre que ha soñado; y abandona el castillo de arena de sus pensamientos y la enclenque construcción de su incertidumbre donde han convivido su ser y su hacer. Desorientarse suele ser una de las circunstancias de la intemperie.
En jornadas así, el tránsito entre sus ideas y sentimientos es febril, tan de ida y vuelta que el pulular parece algo fijo, como un esquema trazado en senderos atestados, ya reducidos hacia intrincados pasillos interiores o ensanchándose hacia los bordes de la exaltación que solo se perpetúan cuando la periferia se vuelve el centro. Todos los centros, menos el que lo estabiliza. Porque si se lo observa de más cerca se percibe cierto andar vacilante, como de embriagado.
De ese entrechocarse con los demás seres que le vienen de frente, y de atrás ─con la carga del día a cumplir o ya cumplido ─ y a los que parece no reconocer, deduce que ha llegado al punto desde el cual, no le es posible seguir avanzando. Las lomas de arena y las cumbres nevadas no se hallan en su alrededor inmediato. Pero en su interior han colisionado los vientos helados contra los ardientes y eso traerá consecuencias.
Si tiene suerte y las musas lo acompañan, se dé quizás un tiempo de meditación, una pausa, para salvarse en un momento tan definitorio. Quién sabe qué y cuántas cosas le pasen en ese momento por la cabeza, tal vez redescubra algo olvidado que traía en alguna parte de su organismo y que lo ha empujado hasta ahí.
El regreso calmo y pedestre a casa, es una opción resignada pero bien situada en el contexto que le pertenece. No hay elevaciones donde pisa y piensa, por ende, corresponde ser chato en la chatura. Esto le posibilita seguir siendo uno más; portando tal vez el desaliño usual de cualquier trabajador (que lo asemeja y confunde con un plomero, un empleado de banco, un albañil o un peón de finca), mientras persiste en la porfía de sublimar el resto de las horas ─las no laborables─ con una concepción personal que consigue abarcar a los que lo rodean. La queja y la poesía solo son efectivas en voz alta.
Independientemente del éxito de este mecanismo, es una suerte feliz.
De no darse esta situación, donde el ciclo de su corazón lo expone y rescata a la vez, lo aguardan dos escenarios complicados. Uno es el abandono de las musas, la decepción fatal ante la perspicacia repentina del contexto falseado por su imaginación ─ ¿falla en los amortiguadores de su ambición desbordada?, o, ¿resquebrajamiento de su conformismo técnico? ─. Aunque no lo acepte del todo, el quiebre interior es inevitable. Se verá así mismo como una hormiga más, trepando, reptando o enterrándose en anónimos túneles hacia lo profundo de la tierra y el próximo día.
Consciente de que él es la anomalía ante el funcionamiento inconsciente, heredado e inapelable del conjunto, que lleva escrito su éxito en la obcecación y obediencia de cada uno de sus miembros, respecto del sentido práctico de la vida. No le alcanzará para quererse, mucho menos para querer al resto. Seguirá viviendo un tiempo con su cadáver a cuestas.
El segundo escenario es el de las musas abducentes. Es decir, el producido de su imaginación lo secuestra hacia el delirio definitivo (entonces los parroquianos usarán legalmente el término loco, que siempre será cariñoso comparado con los que él les proferirá a los cuerdos normalitos). Blindado en su propio ensueño se mofará públicamente de la ajena ilusión de libertad, consistente en que todos persiguen lo mismo y lo realizan del mismo modo, o casi, en la avarienta prioridad de conseguir el sustento diario y el mayor excedente posible para el futuro de cada individuo y de su descendencia. Fustigará a su vez, ya sin pudores, la imposibilidad del conjunto para apreciar al individuo. El hormiguero son los demás. Loco sí, pero, salvado de las rutinas utilitarias y navegando aún sobre el mar de las analogías.
Digamos en ese sentido: un hormiguero depende de una serie de fuerzas y medios de producción que le garantizan la subsistencia ─los árboles, por ejemplo─, en relativa salud y con proyección de crecimiento. Ante el menor síntoma de estancamiento en esa dinámica, no se duda en promover nuevos hábitos y movimientos o establecer nuevos modelos que, aunque para otras especies pudieran resultar traumáticos, para la hormiga constituye casi una nimiedad. De otro modo no se entendería esa brutal capacidad de adaptación.
“Cuando el alimento escasea, algunas bacterias esporulan, es decir, producen esporas. Las esporas son estructuras que contiene el material genético de la bacteria y que resisten largos periodos sin agua ni nutrimentos, en condiciones de calor o frío extremo”
Entonces, es casi seguro, nuestro poeta se percibirá a sí mismo teatralmente sacrificado por la incomprensión ajena. Las partículas de su decir, como esporas de sus versos repartidas en el aire o impresas en pésimas ediciones económicas, quizás resulten necesarias para que la comunidad continúe en lo suyo; total la ilusión, es lo de todos. Hasta que posiblemente algún caminante desprevenido, o un con-pueblerino afable o cualquiera de los involuntarios testigos de su perorar ─otro “loco malo” que de repente se asuma uno de los suyos y que, aún encandilado lo reconozca fugaz pero indudablemente por los humores y olores del día o algunos precisos aspectos de su andar sobre el plano─ absorba algo del polvo de sus cenizas y tienda a repetir el mismo itinerario con la misma lastimosa enunciación.
El poeta nacido en la intemperie muere finalmente ahogado en analogías adversas, pero aun así, persiste, porque consigue generar anticuerpos a partir del desecho propio. Y como todo el mundo sabe, es con este artilugio que las especies que han subsistido y pueblan el planeta, consiguen estremecer el resto del ecosistema.