lunes, 19 de mayo de 2025

Poeta en la intemperie


“Una hormiga pasa toda su vida cortando hojas que transporta a los túneles del hormiguero para mantener los hongos con que se alimentan las crías de la colonia. Hasta que un día siente el irrefrenable impulso de trepar a lo más alto de un árbol y, en la cumbre de una rama, se detiene agotada y muere de inanición. De su cuerpo inerte brota y florece el hongo cuya espora la condujo hasta allí.”

El poeta sabe qué es sentirse “hormiguito de desierto” .  Seducido por la metáfora puede acabar muerto de analogía, pero se asume un predador al acecho de las vivencias de su entorno.

Se da a veces que se despierta más raro que de costumbre y consigue tronchar la dirección de sus pasos, que le mostraban siempre el mismo paisaje. Cierta incapacidad de versificar le ha trabado el cierre de la bragueta, pero sale igual, despeinado y con paso decidido. Elige el rumbo de una loma cálida o de una fría cumbre que ha soñado; y abandona el castillo de arena de sus pensamientos y la enclenque construcción de su incertidumbre donde han convivido su ser y su hacer. Desorientarse suele ser una de las circunstancias de la intemperie.

En jornadas así, el tránsito entre sus ideas y sentimientos es febril, tan de ida y vuelta que el pulular parece algo fijo, como un esquema trazado en senderos atestados, ya reducidos hacia intrincados pasillos interiores o ensanchándose hacia los bordes de la exaltación que solo se perpetúan cuando la periferia se vuelve el centro. Todos los centros, menos el que lo estabiliza. Porque si se lo observa de más cerca se percibe cierto andar vacilante, como de embriagado.

De ese entrechocarse con los demás seres que le vienen de frente, y de atrás ─con la carga del día a cumplir o ya cumplido ─ y a los que parece no reconocer, deduce que ha llegado al punto desde el cual, no le es posible seguir avanzando. Las lomas de arena y las cumbres nevadas no se hallan en su alrededor inmediato. Pero en su interior han colisionado los vientos helados contra los ardientes y eso traerá consecuencias.

Si tiene suerte y las musas lo acompañan, se dé quizás un tiempo de meditación, una pausa, para salvarse en un momento tan definitorio. Quién sabe qué y cuántas cosas le pasen en ese momento por la cabeza, tal vez redescubra algo olvidado que traía en alguna parte de su organismo y que lo ha empujado hasta ahí.

El regreso calmo y pedestre a casa, es una opción resignada pero bien situada en el contexto que le pertenece. No hay elevaciones donde pisa y piensa, por ende, corresponde ser chato en la chatura. Esto le posibilita seguir siendo uno más; portando tal vez el desaliño usual de cualquier trabajador (que lo asemeja y confunde con un plomero, un empleado de banco, un albañil o un peón de finca), mientras persiste en la porfía de sublimar el resto de las horas ─las no laborables─ con una concepción personal que consigue abarcar a los que lo rodean. La queja y la poesía solo son efectivas en voz alta.

Independientemente del éxito de este mecanismo, es una suerte feliz.

De no darse esta situación, donde el ciclo de su corazón lo expone y rescata a la vez, lo aguardan dos escenarios complicados. Uno es el abandono de las musas, la decepción fatal ante la perspicacia repentina del contexto falseado por su imaginación ─ ¿falla en los amortiguadores de su ambición desbordada?, o, ¿resquebrajamiento de su conformismo técnico? ─. Aunque no lo acepte del todo, el quiebre interior es inevitable. Se verá así mismo como una hormiga más, trepando, reptando o enterrándose en anónimos túneles hacia lo profundo de la tierra y el próximo día.

Consciente de que él es la anomalía ante el funcionamiento inconsciente, heredado e inapelable del conjunto, que lleva escrito su éxito en la obcecación y obediencia de cada uno de sus miembros, respecto del sentido práctico de la vida. No le alcanzará para quererse, mucho menos para querer al resto. Seguirá viviendo un tiempo con su cadáver a cuestas.

El segundo escenario es el de las musas abducentes. Es decir, el producido de su imaginación lo secuestra hacia el delirio definitivo (entonces los parroquianos usarán legalmente el término loco, que siempre será cariñoso comparado con los que él les proferirá a los cuerdos normalitos). Blindado en su propio ensueño se mofará públicamente de la ajena ilusión de libertad, consistente en que todos persiguen lo mismo y lo realizan del mismo modo, o casi, en la avarienta prioridad de conseguir el sustento diario y el mayor excedente posible para el futuro de cada individuo y de su descendencia. Fustigará a su vez, ya sin pudores, la imposibilidad del conjunto para apreciar al individuo. El hormiguero son los demás. Loco sí, pero, salvado de las rutinas utilitarias y navegando aún sobre el mar de las analogías.

Digamos en ese sentido: un hormiguero depende de una serie de fuerzas y medios de producción que le garantizan la subsistencia ─los árboles, por ejemplo─, en relativa salud y con proyección de crecimiento. Ante el menor síntoma de estancamiento en esa dinámica, no se duda en promover nuevos hábitos y movimientos o establecer nuevos modelos que, aunque para otras especies pudieran resultar traumáticos, para la hormiga constituye casi una nimiedad. De otro modo no se entendería esa brutal capacidad de adaptación.



“Cuando el alimento escasea, algunas bacterias esporulan, es decir, producen esporas. Las esporas son estructuras que contiene el material genético de la bacteria y que resisten largos periodos sin agua ni nutrimentos, en condiciones de calor o frío extremo”

Entonces, es casi seguro, nuestro poeta se percibirá a sí mismo teatralmente sacrificado por la incomprensión ajena. Las partículas de su decir, como esporas de sus versos repartidas en el aire o impresas en pésimas ediciones económicas, quizás resulten necesarias para que la comunidad continúe en lo suyo; total la ilusión, es lo de todos. Hasta que posiblemente algún caminante desprevenido, o un con-pueblerino afable o cualquiera de los involuntarios testigos de su perorar ─otro “loco malo” que de repente se asuma uno de los suyos y que, aún encandilado lo reconozca fugaz pero indudablemente por los humores y olores del día o algunos precisos aspectos de su andar sobre el plano─ absorba algo del polvo de sus cenizas y tienda a repetir el mismo itinerario con la misma lastimosa enunciación.  

El poeta nacido en la intemperie muere finalmente ahogado en analogías adversas, pero aun así, persiste, porque consigue generar anticuerpos a partir del desecho propio. Y como todo el mundo sabe, es con este artilugio que las especies que han subsistido y pueblan el planeta, consiguen estremecer el resto del ecosistema.


viernes, 9 de mayo de 2025

Silvestres y cultivados

 

Fin de semana de tiempo inclemente. Aprovechando que siempre las inclemencias son sólo del tiempo, disfruto de otra obra maestra del cineasta turco Nuri Bilge Ceylan: “El peral silvestre”, que algún trastornado traduce del inglés: “El peral salvaje”. (Entre nosotros solo son salvajes los unitarios y uno que otro animal).

El protagonista es un joven escritor que busca editar su primer libro, llamado igual que la película. Detesta sin tapujos el medio en el que ha nacido y vive, y no se lleva bien con su familia, especialmente con su padre que es un maestro enredado en deudas de apuestas y algo soñador. Por ejemplo, el tipo quiere sacar agua de un pozo que cava en la ladera de un cerro, a pesar de que todos en el pueblo le dicen que no hay manera de sacar agua de ahí.

Nuestro joven y malhumorado protagonista (el hijo del maestro) es un caminador, lo que le permite a Ceylan cruzarlo con los demás personajes en hermosos, aunque con frecuencia también inclementes paisajes, y despuntar esos formidables diálogos que acostumbra en sus películas. Un gran caminador que, luego de un largo y duro proceso de maduración, cambiará sus puntos de vista respecto de cuanto lo rodea… Como la vida misma.

Bien, el asunto es que el lunes salió el sol y se me dio por emular eso de las caminatas. El plano reticular de mi pueblo se presta para eso y, cuando el clima lo permite, caminarlo resulta un excelente ejercicio para despejar perezas físicas y mentales. Paso tras paso, voy recordando muy vívidas las impresiones que me dejó la película. Desde las peripecias para escribir y editar donde casi no existen lectores, hasta los delirios de grandeza del joven escritor, con el que no puedo más que identificarme; y maldita la gracia que me hace.

Como en espejo, pienso que yo siempre creí estar en movimiento y que el lugar al que pertenezco (si es que eso existe), estaba quieto, demasiado quieto… Por no sé qué cambio de enfoque (todavía no lo descubro, quizá sea una nimiedad que se filtró en el diálogo interno, sutil pero corrosiva como las situaciones que construyen a base de intercambio de opiniones, los personajes del director turco), me parece ahora todo lo contrario. El que ha estado quieto soy yo (tal vez demasiado quieto) y lo que se mueve es este lugar. 

                 

Claro que el movimiento no es lineal ni progresivo por lo que no le caben las usuales categorías de atraso o adelanto social, cultural y etcéteras. El movimiento en que se encuentra este lugar que habito, tiene que ver con las cosas inconclusas, como una casa sin terminar o un pozo a medio cavar. Y mi quietud o "quietismo" pasaría por la falta de comprensión de ese tipo de desarrollo.

No sé si descubro algo, pero el hecho de ir pensando hace que me autofustigue menos, y más por el hecho de pensar que por lo que el pensamiento arroja como conclusión, también transitoria o inconclusa, quizá.

Vengo al tranco firme de vuelta por el callejón de la bodega y al cruzar la vía, doblo por la calle de tierra hacia el poniente. A las tres cuadras voy pasando frente a la biblioteca popular del pueblo que funciona en un ala lateral del edificio del colegio de las monjas donde estudié. Considero una invitación el hecho de que una de las puertas esté abierta y entro.

Las bibliotecarias, dos maestras jubiladas, se alegran de verme (supongo que tanto como lo hacen con cualquier otro parroquiano que se acuerde que existen), y me preguntan solícitas por lo que necesito, a la vez que ofrecen lo que han recibido como novedades. Entre los comentarios y las recomendaciones se les filtra en la charla una confesión. Se les han desaparecido los tomos de la colección de “Las Sombras de Grey”. No sabemos quién se los llevó, pero no están, se esfumaron, me dicen casi a dúo. ¿Pero no se acuerdan quien los retiró o no lo anotaron?, digo como para no desentonar con lo alarmadas y divertidas que suenan. Son libros pícaros me dice una. Eróticos, replico yo, y agrego con malicia: ¿no habrán sido las monjas? No, se los llevaron sin que supiéramos dice una. No quedaron, dice a la vez, la otra. ¿Qué cosa? digo confundido. Monjas, pues, dice la segunda sonriendo. ¡Ah!, digo, bueno alguien se motiva con libros… no está tan mal ¿no les parece? Se ríen con la picardía silvestre de acá.

Salgo con una antología personal de Piglia donde aparece su ensayo sobre la conferencia de Grombowicz: “Contra los poetas”, en la que el polaco, grosso modo, sostiene que no hay nada en el lenguaje que lo haga esencialmente poético salvo la disposición del lector a leer poesía. Me parece una boutade muy de gente leída y “sobre-escribida”, pero debo recordar no manifestarlo en público. Y mucho menos en esta sensación de personaje que viene embargándome en los últimos tiempos; yo que me autoproyecté tanto como autor.

Creo que para la noche tendría que elegir una película liviana, una distopía quizá, que juegue con los tiempos de un pueblito rural donde casi no hay lectores, pero se pierden los libros eróticos, y los tipos que intentan escribir, se meten solos al pozo de donde no hay caso que quiera salir agua.