miércoles, 5 de septiembre de 2018

¡Dale BOCHA!


Largaron y el equipo del Bocha se entremezcló por el medio del pelotón. Eran tres vueltas de cinco kilómetros cada una. Terreno mixto: tierra, asfalto y enripiado. El punto de llegada, del que acababan de partir, estaba en el medio de la recta de tierra. Una calle típica de los campos de General Pueyrredón, con una leve pendiente que posibilitaba ver mejor la aparición de los ciclistas doblando desde el camino enripiado y observar su desarrollo pasando por la línea de partida y siguiendo hacia la porción de ruta.

Desde donde me ubiqué lo pude ver al Bocha alejándose y dándole duro en la subida, con el cuadro que se le bamboleaba entre las piernas, para apurar un despegue del pelotón antes de entrar en el asfalto. Era parte de la estrategia del equipo. El Bocha había comenzado a entrenar ese año. No tenía bicicleta propia y, como según su padre, era de berretines pasajeros, en la familia no le prestaban mucha atención a las cosas con las que él se entusiasmaba. El único que lo tomó en serio fue un viejo que tenía un taller de la bicicletería del centro de Mar del Plata, cuyo proyecto era hacer de su hijo de 17 años un competidor olímpico. Lo vio llegar un día con una bicicleta tres “talles más grande” –ya que el Bocha es petiso, tanto que “Enano” es uno de sus apodos– y lo ignoró. Pero luego “el Enano” se presentó porfiadamente en los entrenamientos y eso lo ablandó al viejo. Le ofreció un cuadro chico, azul medio descascarado, que tenía herrumbrándose en el taller, y le dijo si se animaba a armarse una bicicleta más o menos a medida. El Bocha se animó y ahora integraba el equipo del taller del viejo que capitaneaba su joven hijo.

No reconocí al primero que dobló desde el ripio para agarrar la recta en la que estábamos. Al segundo sí, era el hijo del viejo. Se fueron sumando y así de lejos, ya no se distinguían bien las siluetas, pero entreví cercano al grupo que tiraba adelante, al Bocha y su minibici. Pasaron por la línea con unos veinticinco o treinta metros de ventaja respecto del pelotón. En cuanto comencé a correr por el costado y de atrás, dándole gritos de aliento, vi que el Bocha se quedaba. De repente algo pasó que lo obligó a dejar de pedalear. Miraba para abajo, reconcentrado, tratando de aferrar algo con la mano derecha cerca del pedal… se le había salido la cadena. Lo pasaron los del pelotón y unos cuantos más… Ahora su cuadro se inclinaba para ambos lados del plano, pero no era por el envión que sus piernas le daban sino, a causa del equilibrio que estaba obligado a conservar mientras trataba de enganchar la cadena zafada y colocarla de nuevo. El reglamento dice que el que se baja de la bicicleta queda fuera de carrera. No pedaleó en un trayecto de más de veinte metros… había seguido con el envión, y con esa terca paciencia que solía exasperar a todos, hasta lograr por fin, enganchar la cadena con su dedo índice y hacerla calzar en el dentado del plato. Miró para atrás, le hice una seña con los dos brazos… estaba antepenúltimo. Embaló de nuevo en soledad, cuando el pelotón ya agarraba el asfalto.

Seguí alentando y puteando para mis adentros porque me dolía en el alma la mala leche del Bocha, con tanto esfuerzo para sobreponerse a las carencias materiales y de las otras... Me acordé del día que anunció que se tenía que afeitar las piernas, para cumplir con las exigencias reglamentarias. Ante una caída, la presencia de pelos en las heridas es absolutamente indeseable, y el Bocha era una suerte de oso piloso. Estábamos todos en la puerta del baño, los hermanos, la madre y yo viendo como le sacaba brillo a los muslos con la “trac 2”. Lo gastaron con las cargadas como es también reglamentario. Yo no, me quedé piola, aunque me reí bastante festejando los comentarios que el Bocha, a su vez, alentaba.

El viejo ahora, hablaba con uno de sus ayudantes y con su mujer… especulaban sobre cuántos de los seis que integraban el equipo habrían quedado en el pelotón y quién o cuáles podían ir tirando con el pibe entre los de adelante… Yo me cagué –siempre para mis adentros- en el equipo, y lo putee al Bocha pero como si lo alentara.

Aparecieron de nuevo… no se veía ahora a nadie suelto. El pelotón había tomado la punta. Los equipos seguramente especularían conservando las posiciones, hasta llegar al asfalto para, ahí sí, intentar despegarse encarando la última vuelta. Me estrujé los ojos mirando hacia la parte más baja, tratando de distinguir en el montón la figura característica del Bocha, pero no lo conseguí hasta después de que el pelotón completo pasara por delante de nosotros. Venía pegado con otro, de otro equipo, a unos cincuenta metros del pelotón. Por atrás solo aparecían tres más, además de los dos rezagados de la vuelta anterior… O sea que entre veinticinco corredores el Bocha pasó vigésimo la segunda vuelta. Le largué un DAAALEEE BOOCHAAA que tenía toda la historia de la infancia compartida, los acuerdos y las peleas, esa complicidad tácita de primo hermano que nunca se pone en discusión y que era útil para encarar tropelías y apechugar castigos. Desde tratar de hacer funcionar a escondidas una moto que nos cansamos de ver descompuesta en el taller, a “mandar al bombo” en el fulbito a algún agrandado que nos caía mal, o mandarnos sin permiso a bañarnos en el canal… o robar las primeras uvas en los viñedos de Enero… o escaparnos catorce kilómetros en bicicleta al pueblo más cercano… ¡Dale Bocha! seguí diciendo ahora en voz no muy alta, pero repetidamente…
Cuando los de adelante ya estaban cerca del asfalto, pude ver que el Bocha se abría bien a la orilla y volvía a pararse pedaleando sobre el cuadro zigzagueante… ¡Guarda con el borde blando de la huella! pensé… pero lo perdí. No supimos cuándo ni cómo dobló.

Después de mi alarido de aliento, ante el paso sufrido y esforzado del Bocha, el viejo se me había quedado mirando un rato. Quise chequear si ese interés perduraba, pero ya estaba en otra cosa. Su mujer me dio una sonrisa llena de ternura. – ¿Sos amigo del Bochita? dijo – No. Soy el primo… Ahí el viejo me miró de nuevo y como si estuviera hablándole al Bocha indicó… “Tiene que dejar que tiren todos en el asfalto pero no perderlos…” Empecé a pensar que el viejo lo consideraba de verdad al petiso… “Solamente hay que ubicarse en el pelotón en el enripiado y doscientos metros antes de la última recta atacarlos, pero sin sostener…” Amagar, pensé… “Que crean que querés y no podés… cuando doblen pegas el sprint verdadero y ahí veremos cuanto te aguantan esos muslos”
– ¡Y que no se te salga la puta cadena! – agregué yo, también como hablándole al viento

El primero que vimos agarrar la tierra firme era el hijo del viejo. La mujer dio un gritito y el viejo se agarró fuerte los bordes del pantalón en sus piernas,  a medida que se agachaba para aguzar la vista. Yo no lo festejé hasta que el quinto o sexto que vi doblar coincidió indefectiblemente con la baja altura del cuadrito azul, y las gambas gruesas y brillantes del Bocha… siempre por afuera, zigzagueando, tirando solo.

Entró segundo, atrás del capitán de su equipo. El viejo y sus ayudantes dieron gritos y vivas. La mujer lloraba sonriendo. Yo corrí y lo abracé al Bocha, ahora puteando de contento y orgullo.
Me acordé de aquello de los “berretines pasajeros” que contrasté con las recomendaciones del viejo director del equipo de ciclistas, y me preparé una frase para esa noche en la mesa familiar, donde les iba a enrostrar a todos ese triunfo del Bocha, hecho con sacrificio y en silencio, casi en soledad… “Los que no te apoyan porque no acuerdan con lo que querés, simplifican argumentando que no podés”


miércoles, 30 de mayo de 2018

Persuadidos precoces y DELIRANTES CRÓNICOS


Los aludidos en el título no son necesariamente personas o personajes distintos. Tranquilamente, esas características espirituales pueden encarnar en el mismo tipo o misma tipa, en diferentes momentos de sus respectivas vidas. De ahí lo pintoresco de nuestra fauna compañera. Es más, tal vez a un espíritu tempranamente persuadido, en determinada dirección, no le quede otro destino que el del delirante, pero eso no sería por responsabilidad propia y excluyente del sujeto, sino del contexto que se negó a evolucionar con él, en el sendero cuya persuasión avizoraba hacia el bien común. Un destino patrio, ni más ni menos…
Este enrevesado introito viene a cuento del locro que nos estamos embuchando en una esquina del barrio de Balvanera, después de haber gozado de una función de “El puchero misterioso” a cargo del Cuarteto Cedrón y la Musaranga, en el teatro El Popular, con el novel amigo Ricardo Acebal y a quién le debo el convite que finalmente me ha develado el misterio del puchero musarango-cedroniano: un delirio compañero, ni más ni menos.
La Musaranga es la Compañía Nacional de Autómatas, un otro delirio de muñecos, engranajes, tarros, hilos y lamparitas de circo, controlado –es un decir– por una banda de hombres y mujeres que insisten en ser niños y ejercer el correspondiente candor y desparpajo. Desde el jinete cara de termo, presentador con su ventrílocuo hasta el desfile final, bien criollito, lleno de patos, algún perro, un ñandú, todos bailando al son de la orquesta de Rafael Rossi (aunque primero me pareció que era Feliciano Brunelli), uno se siente compelido a volver al tiempo de sus tempranas fascinaciones… a saber que el circo y el parque de diversiones eran/son lugares donde el tiempo se trastoca/ba profundamente… El crío yo que me tironea de adentro se puso a hacer desastres con todo lo evocado entre esos movimientos y sonidos, esas luces y esas palabras, con insistencia ordenadas en décimas, hasta dejarle paso al adulto, a que echara el moco escuchando a la muñeca Nelly Omar y al dramático Ignacio Corsini, acompañados de sendos virtuosos guitarristas. Pa’ agrandar la maravilla el Tata Cedrón viene y se pone a “dialogar” con la Nelly y le dedica de nuevo un Estilo que antes le cantara… “Cuando te fuiste”… que dice por ahí “Nunca jamás se abandona lo que llorando se deja”… ¿Habrá uno dejado llorando aquellos tiempos de infancia que parece que no los puede abandonar nunca del todo?
Pero pa’ colmo la Compañía además edita libros, tan criollitos como el circo y los muñecos, y vengo y me topo con las “Décimas a lo que escribo” del José Santucho, cantor, escritor y compositor de los pagos de Pergamino, hijo del entrañable Tuchi y la Negra, que abona la dicotomía unificadora, delirante y persuadida...

“Dando forma a lo que pierdo
A lo que sé que no vuelve
A aquello que se disuelve
En un pensamiento lerdo,
Que nació del lado izquierdo
Siendo apenas sentimiento
Y que buscó fundamento
En el fruto en que se labra,
Fui haciendo de las palabras
Relevos de mi sustento”

Y como era la noche especial del poeta Alejandro Cantarella[1], escuchamos de su voz algunas cosas que escribe él mismo y otras que le hace escribir a un tal Tiburcio Porvenir, otro muñeco atorrante pero de profunda sensibilidad… que terminó vendiéndome uno de sus libros, el “Horoscopero Etéreo Criollo”, que recopila y guarda cien destinos posibles, del 0 al 99, para todos los hombres y mujeres de buena voluntad y no tanta, que acierten a pasarle cerca al circo, al libro o al Tiburcio…
Extraigo el final de uno de esos destinos, elegido al azar, el 54 – VACA BUENA
“Sea un cualquiera entre tantos (de hecho lo es, pero el sino le pide que se acepte como tal) y no subestime a la lombriz, la única que partida al medio pelea por dos.”
Como se puede apreciar, delirios son los que sobran. Ya dije antes que de alguna manera estos implican algún tipo de convicción temprana, al menos una. Dije también que estamos, así en presente, comiendo un locro que no desentona con lo vivido anteriormente, con el amigo Acebal, quien  después de la elogiadera compartida, y allá por los tiempos de la niñez, se demora un ratito en Perón…
– ¡Cómo no iba a conducir el viejo si era capaz de convencer, de persuadir decía él, a cualquiera que lo oyera!… A mí me persuadió a los siete años. La familia estaba construyendo la casa, metíamos el material para adentro. Yo ayudaba con mis fuerzas de niño a meter los ladrillos, los cargaba de a cuatro y caminaba para el fondo. Mi viejo llevaba de a diez. Seguramente mi madre había puesto la radio, escuchábamos al general discursear "Hemos afirmado que el lema argentino de la hora económica ha de ser producir, producir y producir..." [2] Con esa frase me convenció, a la siguiente acarreada cargué siete ladrillos, y seguí llevando de a siete…
–A los siete años ya eras un argentino… Eso no es común ahora le digo, mientras le corrijo el vaso, al viejo niño Ricardo que además participa de otro delirio llamado “La Panadería”, en Burzaco, un refugio pa’ la criollada y los símbolos en disputa. Como la Patria ni más ni menos…
Al pegar la vuelta, quiero precisar si la evocación del pasodoble “Bella Morena” por la orquesta de Rafael Rossi, me lleva a un mi mismo, argentino ya, o aún en ciernes, o peor… peleado con el origen propio y embobado con otras realidades, mejores por lejanas… El abuelo Pancoto pasa bailando por la pista del Prado Español… me dice una vez más, socarronamente “Pórtate bien Melenita…” Los cantores cierran el tema a duo: …No seas ingrata bella mariposa, entre las rosas mezcla tu arrebol, de esa boquita quiero la dulzura que sos más pura que un jazmín en flor…
Dan ganas de sacar a bailar a la historia. O mejor aún, a la Patria. Impura y bella, siempre latente, siempre inconclusa. Conjurar tanta ingratitud arrastrando los pasos en un pasodoble, aferrado a su cintura concreta y simbólica… Perpetua como una convicción delirante



[1] Cada noche el Tata y la Musaranga homenajean e invitan a un poeta popular al que reconocen con una placa. Recurso que en Mendoza acostumbraban los delirantes del Grupo Alturas, con la institución del premio Violeta Parra. Ejemplos estos que debieran ser mas imitados, ya que estos reconocimientos sirven antes que nada para conocernos entre nosotros, los del campo nacional y popular y además para legitimar/nos a y entre los nuestros, y contrarrestar en algo la caterva de intelectuales alquilados del establishment
[2] Discurso del 5 de marzo de 1952 por la cadena de radiodifusión… "Quien gasta más de lo que gana es un insensato, el que gasta lo que gana olvida el futuro" "Algunos han visto como contradictorio que se aumenten sueldos y salarios, cuando se desea disminuir el consumo. El procedimiento de quitar poder adquisitivo al Pueblo Argentino para mejorar los negocios internos o internacionales no es justicialista. Nosotros no somos empresarios de la miseria; antes bien, nos inclinamos a organizar y racionalizar la abundancia. No anhelamos como solución hacer estoicos a la fuerza, sino formar ciudadanos virtuosos por convicción. Por eso pedimos temperancia, no imponemos sacrificios inútiles".



jueves, 17 de mayo de 2018

ZABALA y los actores de reparto

Zabala se sienta en la gran sala que le quedó como tal, desde que mudó la carpintería al galponcito del fondo. Se ceba un amargo frente a un plasma de cuarenta pulgadas y dice la cagué, no dejé espacio para la estufa a leña. La extraño, dice. 
Veo que ahora está sentado frente al televisor como le gustaría estar frente al fuego, pero no le digo nada. Me recuerda que tengo que prever eso en la casa del viejo, el lugar para la chimenea, el hogar, etc.… Pasa un mate, le devuelvo elogios sobre el piso llaneado, de limpia rusticidad -más de acuerdo con la estufa ausente que con el plasma que le sigue reclamando la mirada- mientras repaso algunos cuadros repartidos en las paredes. 
Frente a la churrasquera tiene colgada una foto de Perón montado en un caballo pinto. Que estampa, digo, el caballo y el coronel. Un grande, dice, protagonista de su tiempo y del que le siguió hasta ahora. Ahora, le contesto casi sin ganas, está Mauricio. No, corrige sereno, ahora está Cristina. Desde que vino Néstor, está Cristina y seguirá siendo protagonista, como Perón… concluye haciendo crujir al mate con una categórica chupada.
Pero retoma inmediatamente… En esta película que ya hemos visto, no hay un problema de protagonistas, no puede haberlo cuando aparece un Perón o una Cristina, el problema lo tenemos con los actores de reparto… Y con los espectadores, le interrumpo, ya que antes ha dicho, como al pasar, que espera que “pase algo” en Buenos Aires con tantas marchas que hacen los porteños contra el ajuste y la entrega de la gestión de “Cambiemos”. Me mira y asiente, pero vuelve al plasma y sigue diciendo… los actores de reparto que se filtran para hacerse notar, a eso me refiero, y después cuando de verdad hay que defender “los argumentos” se van con el guionista de turno…
La alegoría cinematográfica le sirve a Zabala hasta para explicar pichetos y bosios. Pero es apenas como nos los explicamos nosotros, los extras…le digo. Ellos, evidentemente, aspiran a más. Es el gran problema de la aspiracional sociedad argentina… Le recuerdo que no hay problema con los protagónicos en tanto aparezcan ¿O ya te olvidas que en nombre de Perón nos cagaron, cuántas veces?
El remanido guión que nos toca encarnar desde fines de 2015 es una “remake” de lo mismo de siempre, la dependencia servil de los perros ricos de este país, que se aseguran de moverle la cola al imperio y sentir lujuriosamente la presión del collar en el cogote… Para eso cuentan siempre con el apoyo de los oportunistas que ven en ese inmundo movimiento la ocasión de manotear algo más de guita, ya que si la vida es una mierda es mejor pasarla con dinero. Mientras el pueblo la padece y la sostiene como puede perdiendo derechos y trabajo, prestaciones y servicios… Sobre todo aquel sufrido y heroico pueblo que no quiere ser perro… ¡Ah! Pero lo votaron, dice.
Vuelvo sobre la idea de los espectadores del país federal que congregados al calor de la imagen del algún noticiero esperan que pase algo en Buenos Aires, esta fiero le digo… fiero que algo suceda si todos esperamos que los demás pongan el cuerpo. ¿Y acá en el pueblito, qué vamos a hacer? ¿Y si hacemos algo, quién se va a enterar? Le digo que es una excusa perfecta para no hacer nada… Me mira resignado y apurándome a que agarre otro mate…
Así, como lamiéndonos las heridas compartimos el mate que da para recriminarse y vanagloriarse de cosas que en realidad nos quedan bastante lejos en tiempo y espacio; da para discurrir sobre la franquicia del peronismo en algunas provincias y ciudades del llamado interior de un país federal-mentis, y mientras tanto la Justicia Social, bien gracias; da para corroborar el legitimado e irracional aumento de las tarifas de servicios, con el argumento de que estaban desactualizadas, pero pregunta Zabala ¿Por qué no se fueron esas empresas si perdían tanto dinero?; da para constatar el odio de clase en la propia clase, también producto de lo aspiracional… Los desclasados argentinos son una joya sociológica, si cobráramos derechos para que los analicen y publiquen los resultados, generamos una nueva “royalty” dice. Le cuento entonces del gomero del pueblo, que opina que se terminó la joda, que ahora hay que trabajar y pagar los impuestos… Que a él le va bien porque siempre lo hizo… Pero al carnicero que está en la otra cuadra le vinieron diez mil mangos de luz… ¿Cuánto asado tenés que vender, para levantar ese muerto? No, y eso no es nada, retruca el carnicero, ¿Sabés cuántos asados ya no me como?… Y antes teníamos dos o tres asados por semana… Y claro, le digo, era una joda…
Era una joda, y se terminó. Y no falta el boludo que se cree que se terminó por culpa de los que mejoraron el reparto en la distribución de la riqueza, o sea los que se fueron, que como dicen en la tele y la radio se la robaron toda. Ahora es cuando se la están llevando, les digo… Pero no, ni al gomero ni al boludo le entran balas. 
Pienso ahí con Zabala, que este es el gran problema de no dejar espacio para poder mirar el fuego y en cambio quedar a merced de las opiniones de la prensa alquilada convenciéndonos de que todo aquello que nos perjudica es para nuestro bien… En cada ciudad, en cada pueblito además hay radios locales donde se han reproducido majules y leucos, como la peste que son. Locutores de voz aflautada o grave y agravada, devienen analistas políticos, carentes de perspectiva histórica pero con un énfasis digno de mejor paga. Sólo su complejo de inferioridad les pide tanto, supongo… ¡Ah! y el hecho de dejar claro que por pobres piojos que sean, no se los puede confundir con la negrada peronista.
El “error imperdonable” del peronismo primero y del kirchnerismo recientemente, en la década ganada, es el mismo: la mejora del reparto en la distribución del ingreso a favor de las clases menos favorecidas. Eso es claramente un pecado para la oligarquía perruna, que ya lo dijimos adora lucir el collar del amo del Norte, y como pecado no se perdona. Se castiga. Claro que calificar este recurso de la gestión política como “error” puede provocar malos entendidos y el consecuente rasgado masivo de vestiduras en tanto peronista de sarcófago que anda por ahí vampirizando a las nuevas generaciones… Calma compañeros, calma radicales no se agiten… 
Digo que es un error porque el argentino y la argentina típicos, que se esfuerzan por mejorar sus condiciones de vida, que no poseen una clara formación en lo político, y que no tienen porqué ser considerados a priori  como malas personas, ven que la ayuda social, los incentivos para el estudio, el apoyo económico y la cobertura de salud para las madres jóvenes, más un largo etc., son un “derroche” de los impuestos que pagan. Consumen y reproducen inmediatamente todo eslogan que estigmatice tanto esos recursos como sus correspondientes destinatarios. “Plan descansar” recuerdo que llamaba un amigo de la familia, un cuentapropista, con la natural tendencia gorila racista anti negros que abunda entre nosotros, al plan “Argentina Trabaja” que se instrumentó en la primera década del 2000. Y antes, en el primer peronismo, había pasado lo mismo. Perón fue acusado –entre tantas otras cosas– de alimentar vagos. Me dirán que como eso no es así, los que están en un error son los otros.  Sí, claro. Pero voy a insistir, como los otros suelen ser parte de la tropa del enemigo, no nos podemos dar el lujo de que se apiolen por si mismos de dicho error (recordar que hay un recurso económico cada vez más importante destinado a influenciar comportamientos, y con sujetos como Magneto y compañía del bando de enfrente… No sé si alguien de los nuestros se siente un X-men o algo por el estilo, capaz de derrotarlo con algún poder para-normal), tenemos que modificar la estrategia. Es más rápido y económico que lo asumamos de entrada como tarea, o vamos a estar otra vez ante un cuello de botella similar al del dólar en la matriz económico/productiva.
Es más fuerte el rechazo social que produce la competencia de esfuerzos, mediante una mejora de las condiciones de partida –que siempre está lejos de ser la tan mentada “igualdad de oportunidades” – que la resignación o la renuncia a mejores condiciones propias. O dicho de otra manera, un argentino actual clase media y media baja, e incluso entre los pobres, admite más fácil la permanencia en condiciones difíciles o negativas en lo colectivo, que la competencia de capacidades que genera, intra-colectivo, el insuflar recursos que desarrollen a sujetos subsumidos en condiciones adversas. No es sólo el progreso de un sector del conjunto, o del colectivo todo, lo que jode –con más razón a los oligarcas que a los que tenemos que laburar para comer– sino la corroboración de las habilidades, en muchos casos superiores, que se desarrollan entre los humildes con un poco de justicia social generada a través del Estado. Ese es el escollo insalvable en el medio pelo argentino y sus adyacencias, la verdadera piedra en el zapato, lo que no se perdona, el sapo que no pueden tragar… La cuota de orgullo y autoafirmación que son necesarias en todo grupo e individuo, está contaminada entre nosotros con una aspiración de auto-diferenciación acomplejada. El individuo no distingue claramente el grupo al que pertenece y adhiere al que aspira pertenecer… Eso le permite además alimentar el vicio morboso de repartir culpas entre los propios (que no reconoce como tales) 
Por eso hay que estigmatizar. Por eso se insiste en difundir un infundio insostenible: que los negros/pobres/villeros no quieren laburar. Pobre de todos nosotros si nos creemos semejante embuste. En todos lados he visto compatriotas que desean estar mejor y para eso se esfuerzan, es decir, trabajan. Ahí cribaba uno de los eslóganes de la campaña del impresidente Macri… “Todos tenemos derecho a estar mejor”. Flor de engaña-pichanga. Ahora tenemos la necesidad de estar mejor. El derecho nos queda nuevamente, parafraseando a Evita, detrás. Otra inversión de sentido marca Pro/Cambiemos
Y en cuanto al pago de servicios e impuestos, me atrevo a decir que sólo la masa trabajadora es la que sostiene el sistema impositivo y de servicios con su religioso aporte. Los evasores y ladris están justamente en las clases altas y en los empresarios de la calaña que abunda en el gabinete actual. Ceos y Garcas cuya admiración por el poder los hace incapaces de construir poder propio, por lo cual dependen de las estructuras establecidas en las que trepan y se acomodan para administrar localmente el poder del capital. Como mayordomos, serviles hacia afuera y déspotas hacia adentro.
Pero la argumentación estigmatizante y culpógena –no por abusada menos eficaz– les sirve para tratar de cumplir el sueño de la dependencia eterna. Crear una Argentina sin desarrollo industrial, primarizada económicamente, que se asegure un lugar entre los vagones de cola del tren imperialista, que nunca más pueda levantar cabeza, sin soberanía política, dependiendo económica y culturalmente del enemigo del pueblo. Una Nación de cartón… 
¡Mierda! dice Zabala, y eso que no estamos mirando el fuego carajo…
Mirá, le digo, figurones entre los actores de reparto va a haber siempre. Protagonistas que no dan el cuero, también. El problema es cómo hacemos para que el mejor reparto no genere odios entre el resto del elenco… ¡Mecachendie! dice Zabala ¿o sea que si estamos alguna vez en condiciones de volver a repartir justicia, vamos a tener que disimular? Qué película difícil che…