martes, 20 de septiembre de 2011

A cada cantor su paisaje - CRÍTICA MANCUSIANA



El viernes festejé mi cumpleaños entre amigos, algunos viejos queridos y otros nuevos queribles desconocidos, zambullido en poesías telúricas de las buenas y melodías exquisitas, como las empanadas y el vino de Bukowski Baires Bar, con el único humo no tóxico que acaricia el alma, el de los recuerdos.

Al flaco Hugo Fernández Panconi lo disfruto desde que lo decubrí en sus caravanas con Sergio Lobo, en la Ronda de la Canción Social, allá por 2009. Viene de los pagos de Mendoza, pero no tiene nada que ver con Julio César Cleto Cobos, sólo comparten la simpatía
provinciana.

El más gurrumín se llama Fernando Basanta Finn, es cantautor, luthier y croto de Pergamino, que cabalga en dos patas y pedalea la pampa húmeda entre fogones y glifosato.
De Montevideo o por ahi, se vino Daniel Mendoza que evoca las milongas de los maestros charruas: Zitarroza, Rodriguez Castillo, Viglieti, y otros por el estilo.

De la ciudad de Buenos Aires y sus casi 100 barrios, se presentó Pedro Conde que entre el camino de la guita y el de la gloria un día agarró pal lado de Pilar.

Los cuatro rompieron la monótona enajenación en la que vivimos a diario, esa que va de la estupidez mediatizada a la tilinguería de a pie que pulula en los barrios. Pusieron una cuota de arte en la contaminada cotidianidad ciudadana, y todos nos sorprendimos cantando, marcando el ritmo en las mesas, con las palmas, riendo al son de una chacarera o un candombe.

Robándole la idea al talentoso Panconi, lo cierto es que hay vida después de los cantautores cubanos y españoles que suenan desde hace años en los oídos progres siniestros libertarios populares o revolucionarios. Estos 4 artistas son mucho más que guitarras calientes vibrando sueños, tramando historias de amor, dolores viejos, infancias lejanas, viajes y olores venerables. Son oficiantes de la ceremonia más antigua, pero la más golpeada por la modernidad capitalista: el encuentro de las emociones, la musica y la palabra en sublime comunión entre todos los participantes de un encuentro pequeño, enorme, donde se detuvo el tiempo y el espacio, y todos fuimos inmortales por un rato.

Es necesario que esto se repita como los recitales de Roger Waters.
Más todavía.

Daniel Mancuso

jueves, 8 de septiembre de 2011

Kid ZURDO

Sí señor, tengo entre mis orgullos el de haber sido presidente de la Asociación Boxística de Villa Atuel. ¡Qué tiempos! Ahí en la sede del club, donde estaba también el cine al aire libre, se armaba el ring y ustedes no creerían la cantidad de gente que había en el pueblo en ese entonces y menos todavía la cantidad que se acercaba a ver las maratónicas jornadas pugilísticas... Que se yo, será que no había casi televisión y la gente se distraía en el cine, la cancha, algún circo eventual y cosas así.
El cargo, que yo llevaba con mucho gusto, imponía la obligación de ser juez en caso de que la regional no pudiera mandarlos en número suficiente y por supuesto el compromiso de asistir a todos los eventos similares que se organizaban en forma rotativa en toda la zona del sur mendocino. Lo que sí se trataba de asegurar era que el árbitro, al menos, fuera de un lugar neutral para evitar que a causa de algún favoritismo, se armara una gresca entre las hinchadas o simpatizantes presentes, mucho más violenta y difícil de controlar que la que se debía desarrollar sobre el ring.  De todos modos eso no le garantizaba al árbitro que pudiera equivocarse, tenía que andar siempre con sumo cuidado respecto de algún potencial disconforme con sus fallos arbitrales,  dispuesto a esperarlo a la salida y cobrarse la “injusticia” en su humanidad.
Pobre tipo, porque todo se hacía casi gratis y de corazón... Había que tener pelotas, realmente para meterse a árbitro... Siempre me he preguntado que tiene en la sabiola un tipo con esa clase de vocación... El que cobra buen dinero bien, vaya y pase, pero el que no... Bueno pero eran otros tiempos. La gente era más sana... se apostaba claro, pero no sé ¿Habría menos malicia, menos drama?… Aunque por ahí exagero, me acabo de acordar cuando un referí de San Rafael nos bombeó asquerosamente contra Pedal Club y al término del partido habían colgado una horca del aguaribay que estaba en el portón de la cancha… La policía tuvo que trabajar lindo para impedir la intención de la hinchada local
Pero volviendo a lo que te contaba, una vez  tuve que completar la terna del jurado y viví una de las noches más divertidas que recuerdo...
Resulta que peleaba en semifondo uno de Real del Padre con el crédito local: el Kid Zurdo, que no era otro que el Turco H. Si, si el del almacén... Yo estaba sentado justo bajo el rincón del Kid Zurdo y vi en detalle -además de la paliza que se iba comiendo en las primeras vueltas- los gestos y los diálogos entre el Kid y su entrenador. Creo que por el quinto o sexto round nuestro crédito se derrumbó en el banquito y entre quejidos y resoplidos le suplicó a su coach que tirara la toalla...
A lo que el entrenador le contestó:
- Dejate de joder, que ya está cansado. No ves que no salta como al principio y ya no saca tantos golpes... Dale, dale que él hizo el gasto y está cansado…
Y el Turco, escupiendo el imposible protector y manoteando aire desesperadamente le retruca:
- Si... pero yo... estoy cansao... de recibir... que es peor... ¡¡Huevón!! 
Tuvimos que declarar EMPATE, porque cuando sonó la campana el entrenador lo empujó al Kid Zurdo hacia el centro del cuadrilátero y éste con el envión y las manos adelante, creo que para cuidarse del nuevo e inminente castigo, le embocó la única mano de la noche a su rival que al parecer portaba la famosa “mandíbula de cristal” y que cayó redondo…
Redondamente sobre él y acompañándolo en la caída, fue a dar nuestro crédito desfalleciente.
El público era un llanterío de risa…