viernes, 27 de julio de 2007

Soñar, SOÑAR...

A pesar de la fragilidad que trasmite lo manoteo para sacarlo de la sala donde estamos rodeados de cierta gente que me resulta molesta. Quiero manifestarle mi admiración, que tiene algo de arrepentimiento por haberlo juzgado tan livianamente en el pasado… Es Leonardo Favio y cuando me paro a su lado y lo tomo de la mano me parece tan pequeño que tengo que ralentar el paso para que me acompañe afuera donde cae una llovizna cristalina y deja su pátina brillante sobre la tierra… Parece de temporal –pienso, y recuerdo que el también es mendocino- pero lo incongruente es que hace calor… nos paramos a la orilla de la calle y ahí mi Favio niño se vuelve cada vez mas pequeño. Cuando consigo decirle que el sí que los cagó a todos con una obra que tiene la coherencia que se retroalimenta de su propia vida y, además, una incontrastable identidad nacional, Leonardo Favio es un chiquito de unos dos años -cuando mucho- que acuclillado hace pis sobre el agua que tapiza la calle y me mira travieso mordiéndose la lengua asomada al costado de la boca… Entiendo que haciéndose niño se va mas allá del bien y del mal, nada le importa ahora, ni la obra, ni los demás, me digo…
La calle se puebla de niños y viejos, el agua ha subido su nivel.
Descubro a la vez a mi abuela Lina bañándose en medio de esa calle-lago y a la música, una melodía que llora en voces de mujer…
Se me olvida el niñito y corro a abrazar a la Lina que está tan flaquita y doblada, cubierta con un camisón como de lienzo… Nos abrazamos llorando bajo el agua, el pelo se le hace más largo, le acaricio la cara y totalmente sumergidos le seco -imposiblemente- sus agradecidas lágrimas de alegría. Con cada abrazo ella también rejuvenece…

Me levanto a descubrir en la guitarra esa melodía en menor… Son las tres y media de la madrugada y hace un frío machazo en el invierno de Buenos Aires. Antes de volver a la cama me acuerdo del aniversario de la muerte de Evita y del aplauso a Favio en el discurso de lanzamiento de campaña de Cristina Fernández…

Bueno, no pienso llamar a Mendoza, a ver si todavía me enteran que la Lina se ha ido nomás para siempre…